PERIÓDICO LITÚRGICO
R.: Yo confieso ante Dios todo-poderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
R.: Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.
Pres.: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
Pres.: Señor, ten piedad.
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
SEÑOR, ABRE NUESTRO CORAZÓN, PARA QUE ACEPTEMOS LAS PALABRAS DE TU HIJO.
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
Mientras tanto, el sacerdote, cuando se utiliza incienso, lo coloca en el incensario. El diácono, que proclamará el Evangelio, inclinándose profundamente ante el sacerdote, pide en voz baja la bendición:
℣.: Padre, dame tu bendición.
Pres.: El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Evangelio; en el nombre del Padre, y del Hijo ✠ y del Espíritu Santo.
℣.: Amén.
Pero si no está presente el diácono, el sacerdote, inclinado ante el altar, dice en secreto:
Después el diácono (o el sacerdote) va al ambón, y dice:
℣.: El Señor esté con ustedes.
✠ Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
℟.: Gloria a ti, Señor.
Luego el diácono o el sacerdote, si procede, inciensa el libro y proclama el Evangelio.
℣.: Jesús dijo a sus discípulos: «Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquéllos que se lo pidan!».
Terminado lo anterior, comienza el canto para el ofertorio. Mientras tanto, los ministros colocan sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz, la palia y el misal.
El sacerdote, de pie ante el altar, recibe la patena con el pan en las manos y, levantándola un poco por encima del altar, dice la oración en silencio. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.
El diácono o sacerdote vierte vino y un poco de agua en el cáliz, orando en silencio.
Luego, el sacerdote recibe el cáliz en sus manos y, levantándolo un poco por encima del altar, dice la oración en silencio: luego, coloca el cáliz sobre el corporal.
Luego el sacerdote, profundamente inclinado, reza en silencio.
Y, si procede, inciensar las ofrendas, la cruz y el altar. Después, el diácono u otro ministro inciensa al sacerdote y al pueblo.
Luego, el sacerdote, de pie junto al altar, se lava las manos y dice la oración en silencio.
Pres.: Oremos, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
Luego el sacerdote dice la oración sobre las ofrendas:
Pres.: Escucha, Señor, la oración de tu pueblo y acepta nuestras ofrendas, para que, por intercesión de la santísima Virgen María, Madre de tu Hijo, sea atendido todo deseo y escuchada toda petición.Por Jesucristo, nuestro Señor.
El sacerdote comienza la plegaria eucarística con el prefacio. Dice:
Pres.: El Señor esté con ustedes.
℟.: Y con tu espíritu.
El sacerdote prosigue:
Pres.: Levantemos el corazón.
℟.: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
El sacerdote añade:
Pres.: Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
℟.: Es justo y necesario.
El sacerdote prosigue el prefacio.
Pres.: En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Y alabar, bendecir y proclamar tu gloria en la fiesta de santa María, siempre virgen. Porque ella concibió a tu único Hijo por obra del Espíritu Santo, y, sin perder la gloria de su virginidad, derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo, Señor nuestro.
℟.: Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.
Toma la patena con el pan consagrado y el cáliz y, sosteniéndolos elevados, dice:
Pres.: Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
℟.: Amén.
Una vez que ha dejado el cáliz y la patena, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Pres.: Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
℟.: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal
El sacerdote prosigue él solo:
Pres.: Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
℟.: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
Después el sacerdote dice en voz alta:
Pres.: Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: "La paz les dejo, mi paz les doy", no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
℟.: Amén.
El sacerdote añade:
Pres.: La paz del Señor esté siempre con ustedes
℟.: Y con tu espíritu.
Luego, el sacerdote parte el pan consagrado sobre la patena y coloca un trozo en el cáliz, orando en silencio.
Se canta o se dice:
℟.: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.
El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena, lo muestra al pueblo, diciendo:
Pres.: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
℟.: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Después de comulgar, el sacerdote se acerca a los que quieren comulgar y les presenta el pan consagrado, diciendo a cada uno de ellos:
℣.: El Cuerpo de Cristo.
℟.: Amén.
Si se comulga bajo las dos especies, se observa el rito descrito en el misal de altar. Cuando el sacerdote comulga el Cuerpo de Cristo, comienza el canto de comunión.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se haya hecho antes.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración después de la comunión.
Pres.: Oremos.
Después de recibir los sacramentos celestiales, te suplicamos, Dios nuestro, que cuantos nos alegramos en la celebración de la santísima Virgen María, a ejemplo suyo, colaboremos dignamente en el misterio de nuestra redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Con todos reunidos ante la imagen, el sacerdote hace la consagración:
Os consagro la lengua, para que siempre os alabe y propague vuestra devoción. Os consagro el corazón, para que, después de Dios, os ame sobre todas las cosas.
Recibidme, oh Reina incomparable, en el dichoso número de vuestros siervos. Acogedme bajo vuestra protección. Socorrednos en nuestras necesidades espirituales y temporales, sobre todo en la hora de nuestra muerte.
Bendecidnos, oh Madre celestial, con vuestra poderosa intercesión; fortalecednos en nuestra debilidad, para que, sirviéndoos fielmente en esta vida, podamos alabaros, amaros y daros gracias en el cielo por toda la eternidad. ¡Así sea!
℣.: Amén.
Pres.: Oh María concebida sin pecado.
℣.: Rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
℣.: Ruega por nosotros.
℣.: Amén.
Pres.: Señora Aparecida, guiad nuestra suerte.
℣.: Oh dulce Madre querida, en la vida y en la muerte.
A continuación, se hace la despedida. El sacerdote, vuelto hacia el pueblo, abre los brazos y dice:
Pres.: Y la bendición de Dios todopoderoso, del Padre, del Hijo ✠ y del Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
℟.: Amén.
Luego el diácono, o el sacerdote, despide al pueblo con una de las fórmulas siguientes:
℣.: La alegría del Señor sea nuestra fuerza. Pueden ir en paz.
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